Hoy te quiero invitar a leer el pasaje de Eclesiástico 28,1-7, (Sirácida en algunas biblias). En este pasaje es inevitable reflexionar acerca del perdón y de lo que implica el odio y el rencor en el corazón de un hijo de Dios. Todos como humanos nos equivocamos múltiples veces a lo largo de nuestra vida y el tomar justicia no está en nuestra propia mano (aunque alguna veces lo quisieramos), si no, en las manos de Dios.
Si dejamos llenar de odio nuestro corazón quizás busquemos actuar con venganza como consecuencia. Y quien se venga ofende a Dios y Él le pide cuentas. La venganza se puede dar de muchas maneras; con palabras hirientes, con miradas despreciativas, con enemistades, con resentimientos, con traiciones, con malos pensamientos, etc.
El que se venga experimentará la venganza del Señor, él le tomará rigurosa cuenta de todos sus pecados.
Eclesiástico 28,1
Hoy la palabra es clara y nos muestra qué, así como Dios es misericordioso y nos perdona nuestras faltas, así debemos perdonar a nuestro prójimo sin importar lo que haya hecho. Debemos ser misericordiosos en la tierra para recibir la misericordia del cielo. Y querido lector piensa en que no seremos eternos, nuestro cuerpo morirá algún día y pregúntate: ¿Cuánto tiempo cargaras más con la pesada carga que implica llevar rencores y odios en el alma? ¿Serias capaz de vivir el último día de tu vida sin perdonar a esa persona que te falló?. Como buenos hijos de Dios, debemos seguir sus enseñanzas y estas incluyen no tener rencor a nuestro prójimo.
¡Cómo! ¿Un hombre guarda rencor a otro hombre y le pide a Dios que lo sane?
Eclesiástico 28,3

Hay que dejar atrás la violencia, la venganza, el corazón herido, el resentimiento, las enemistades, las palabras ofensivas. Recordemos lo que Jesús nos vino a enseñar y a dejar: «amor, perdón y paz«. Aunque el día de su muerte muchos de sus discípulos lo abandonaron, lo negaron y dejaron de creer, cuando Él resucitó los buscó, les mostró que él siempre cumple sus promesas y que a pesar de lo que le habían hecho, Él los amaba, perdonaba y les traía la paz.
Puede ser que perdonar humanamente sea difícil y hasta podría parecer imposible, pero recuerda querido lector que todo lo imposible para el hombre es posible para Dios. Identifica a esa persona que aún no has perdonado y pídele la gracia a Dios hoy para empezar a perdonarla y a verla más con unos ojos de amor, gratitud y paz. Pídele qué, así como su misericordia es grande con nosotros, de esa misma manera nosotros tengamos una gran misericordia con nuestros padres, hijos, familiares, amigos, compañeros de trabajo, compañeros de clase, alumnos e incluso con nosotros mismos.
«Acuérdate de los mandamientos y no tengas rencor a tu prójimo, piensa en la alianza del Altísimo y olvida la ofensa.»
— Eclesiástico 28.7
